Recuerdo a la perfección el Gran Premio de Malasia de 2013. En él, Fernando Alonso se vio obligado a retirarse porque el alerón delantero de su F138 se descolgó en los compases iniciales de la carrera. También abandonó en el GP de Italia de 2006, cuando luchando por el campeonato mundial de Fórmula 1 -como tantas otras veces- advirtió al Káiser adelantándolo por la derecha en la carrera hacia el entorchado. Pero supo reponerse y, quizá con algo de fortuna (materializada cuando al heptacampeón su montura roja lo dejó tirado en el país del sol naciente), se alzó en lo más alto del panorama automovilístico por segunda vez, desbancando al piloto más laureado de todos los tiempos. Por mi mente también circula mi carrera favorita hasta la fecha, la disputada en un desaparecido circuito urbano en Valencia en los albores del verano de 2012, en la que el asturiano, contra todo pronóstico, consiguió ganar sin siquiera haber llegado a Q3 el día anterior, en uno de sus muchos alardes de magistral conducción.

Pero, como se suele decir, hay mayor abundancia de derrotas que de victorias en la vida de un deportista. No olvido el regreso a Fuji en el que tras una pausa para la publicidad emergía la dolorosa imagen del McLaren Mercedes MP4 – 22 con el 1 rojo estampado en el morro chocado contra las protecciones. Ni olvido la trampa en la que cayó Ferrari en cierto emirato árabe ha ocho años, ni cuando Grosjean y Raikkonen, en Spa-Francorchamps y Suzuka, respectivamente, le colocaron el cartel de DNF al morro con pico de pato del F2012 inferior a sus rivales con el que Fernando Alonso peleó hasta la última cita en Sao Paulo, en la que Vettel llevó a cabo una remontada para aplaudir con un coche que en cualquier otra ocasión habría estado roto. Grabado a fuego tengo el Gran Premio de Bélgica de 2017, donde di fe presencial de la vieja cantinela: «mucho piloto y poco coche». 

Aquella mañana en la que Fernando abandonó en Sepang apagué el televisor. Ofuscado por el madrugón, pensé que no tenía sentido continuar viendo la carrera si mi ídolo no participaba en ella.  Sin embargo la Fórmula 1 engancha demasiado y al poco encendí de nuevo el aparato para observar con curiosidad la polémica generada por el Multi 21. 

Quedan nueve carreras para disfrutar a Magic Alonso -aunque algunos se revuelvan en sus bilis, como dice Antonio Lobato- en F1. El prestidigitador cuyo mayor truco ha sido embaucar a buena parte de esta nación al deporte que nos ocupa. Cuando finalice la Temporada 2018 no volveré a apagar el televisor, pues hace ya tiempo que caí rendido ante un Gran Circo que, en mi opinión y en la de muchos, no será el mismo sin aquel piloto con casco azul, bandera de España y cruz de Asturias en él. Sin embargo, sí sintonizaré otros canales con los que seguir las andanzas de, según mi parcial y sesgado criterio, el mejor piloto de la historia.

He decidido dejar pasar una noche antes de escribir este río de tinta electrónica pero me he dado cuenta que esta ausencia sigue siendo igual de difícil de superar que ayer, y va a seguir siéndolo un tiempo. No me engaño: sé que no voy a disfrutar igual los títulos venideros de Alonso. ¿Qué es la Triple Corona sino un penoso sustituto abocado a cubrir el vacío que deja el ya inalcanzable tercer campeonato de Fórmula 1? Sin embargo, sí voy a disfrutar al máximo estas nueve carreras restantes y sí voy a disfrutar al máximo las temporadas venideras porque, como el mismo Fernando me ha enseñado tras años en la sombra, la Fórmula 1 es más grande que cualquier piloto, incluso que él. Solo me quedan dos opciones para intentar superar el malísimo trago: la ingente cantidad de carreras de Alonso que guardo en mi hemeroteca y la ya archiconocida frase, «lo mejor está por llegar», en la que no confío demasiado, pues no hay categoría mayor a la Fórmula 1.

Yo no soy de los que entró aquí gracias a El Nano, pues desde muy pequeño me sentaba frente a la tele a contemplar los coches pasar, sin conciencia alguna de escuderías ni pilotos. Además, mi extrema pasión por los automóviles me habría acercado tarde o temprano a la máxima expresión de estos. Pero sí he de agradecerle una cosa: la ilusión con la que me he despertado temprano todos estos años para ver carreras en países exóticos o la que ha propiciado que tantísimas mañanas de domingo se hiciesen interminables esperando a que el reloj marcase las dos de la tarde. Y ahora, gracias a la valiosa enseñanza expuesta unas líneas arriba, voy a seguir haciéndolo, con Fernando Alonso en la memoria.

Gracias, Fernando, por hacerme creer en la magia tantas y tantas veces.

 

Imagen : Fórmula 1