Como si de una adicción digna de tratamiento estuviéramos hablando, el fin de los test, dosis breve de F1, nos trae a dos semanas cargadas de expectación, rumores, ganas de F1 y sobre todo, incertidumbre.

Si nos dejamos llevar por lo que dicen las gentes, podemos ir desde un Mclaren papaya campeón, a la corriente fatalista que nos da a entender que romper con Honda fue un oasis, pero que seguimos sumidos en un fatal desierto que nos hace vagar en la más absoluta errancia. Hemos vivido luces y sombras en las pruebas de Montmeló; días en los que veíamos el cielo y otros en los que volvíamos al calvario vivido en tres años motorizados por los nipones.

El tiempo de Alonso del último día puede ser el más oscuro espejismo que nos haga pensar en la baja carga de combustible, el uso de los neumáticos hiperblandos pero… ¿alguien es capaz de situarme a Mclaren en sus predicciones? Yo no lo soy. No soy docto ni jamás lo seré en F1, pero lo que sí que soy es un empecinado fan de Alonso que lleva años curtiéndose en la mediocridad de la derrota, y que, sinceramente, no espera nada de nadie, solo del asturiano, aunque todos sabemos que en este deporte unas manos milagrosas no hacen ganar carreras.

Me vuelvo a preguntar lo de cada año, el famoso ¿y si este año sí? Los test no me llaman a creer en un Mclaren ganador, pero tampoco son capaces de arrebatarme la ilusión que me acompaña siempre, algo que sí había conseguido hacer en otras temporadas, en las que si hacíamos más de cincuenta vueltas en día de test debíamos celebrarlo como si de un campeonato se tratase.

Llego ilusionado a Australia, con la necesidad urgente de mi dosis de F1, y con la incertidumbre de cuan felices podrá hacernos Magic Alonso. Lo que sí que tengo claro es lo de siempre, corra el Renault o rompa, no me verán dejando el barco, si no hundiéndome en el…

 

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